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De la naturaleza de las cosas.

"De rerum natura".

Poemas sobre el suicidio de Lucrecio

Tema III. Psicopatología descriptiva y fenomenología del suicidio.

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El poema de Lucrecio nos ilustra sobre la conducta humana, el sufrimiento y el placer, la ausencia de prejuicios, la libertad y el suicidio.

"De la naturaleza de las cosas : poema en seis cantos" Lucrecio

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Extracto, y adaptación al estudio de la fenomenología.

De las escuelas filosóficas de la antigüedad, ninguna se acomodaba

mejor al espíritu de Lucrecio, o débil para la lucha, o desesperanzado del

triunfo, o vencido por grandes desventuras que el epicurismo, doctrina

triste y severa que preceptuaba la indiferencia para todas las agitaciones

mundanas, asilo para las almas tímidas, prudentes o desalentadas, a las

que ofrecía como remedio a sus pasiones y temores el quietismo y la vida

contemplativa de la naturaleza.

Esta tranquilidad, no exenta de egoísmo, la enaltece Lucrecio en los

siguientes versos:

Pero nada hay más grato que ser dueño

De los templos excelsos, guarnecidos

Por el saber tranquilo de los sabios,

Desde donde puedas distinguir a otros

Y ver cómo confusos se extravían

Y buscan el camino de la vida.

Vagabundos, debaten por nobleza,

Se disputan la palma del ingenio,

Y de noche y de día no sosiegan

Por oro amontonar y ser tiranos.

¡Oh míseros humanos pensamientos!

¡Oh pechos ciegos! ¡Entre qué tinieblas

Y a qué peligros exponéis la vida

Tan rápida, tan tenue! ¿Por ventura

No oís el grito de naturaleza,

Que alejando del cuerpo los dolores,

De grata sensación el alma cerca,

Librándola de miedo y de cuidado?

Lucrecio ha encontrado para sí, en el seno del epicurismo, la paz que

pide para su patria y la que desea para su íntimo amigo Memmio, a quien

dedica el poema. Su ánimo sólo se apasiona para cantar esta paz firme y

constante y enaltecer al fundador de la doctrina filosófica que se la ha

dado.

- II -

Los sitios retirados del Pierio

Recorro, por ninguna planta hollados;

Me es gustoso llegar a íntegras fuentes,

Y agotarlas del todo; y me da gusto,

Cortando nuevas flores, rodearme

Las sienes con guirnaldas brilladoras,

Con que no hayan ceñido la cabeza

De vate alguno las divinas musas:

Primero porque enseño cosas grandes

Y trato de romper los fuertes nudos

De la superstición agobiadora;

Después, porque tratando las materias

De suyo obscuras con piería gracia,

Hago versos tan claros: ni me aparto

De la razón en esto, a la manera

Que cuando intenta el médico a los niños

Dar el ajenjo ingrato, se prepara

Untándoles los bordes de la copa

Con dulce y pura miel, para que pasen

Sus inocentes labios engañados

El amargo brebaje del ajenjo,

Y la salud les torne aqueste engaño

Y dé vigor y fuerza al débil cuerpo;

Así yo ahora, pareciendo austera

Y nueva y repugnante esta doctrina

Al común de los hombres, exponerte

Quise nuestro sistema con canciones

Suaves de las Musas, y endulzarle

Con el rico sabor de poesía:

¡Si por fortuna sujetar pudiera

Tu alma de este modo con enlabios

Armónicos, en tanto que penetras

El misterio profundo de las cosas

Y en tal estudio el ánimo engrandeces!

Pues la naturaleza de los dioses

Debe gozar por sí con paz profunda

De la inmortalidad; muy apartados

De los tumultos de la vida humana,

Sin dolor, sin peligro, enriquecidos

Por sí mismos, en nada dependientes

De nosotros; ni acciones virtuosas

Ni el enojo y la cólera les mueven.

............Serán materia de mi canto

La mansión celestial, sus moradores;

De qué principios la naturaleza

Forma todos los seres; cómo crecen,

Cómo los alimenta y los deshace

Después de haber perdido su existencia;

Los elementos que en mi obra llamo

La materia y los cuerpos genitales,

Y las semillas, los primeros cuerpos,

Porque todas las cosas nacen de ellas.

No es el entusiasmo por el descubrimiento de verdades científicas lo que inspira a Lucrecio; es el entusiasmo por haber vencido las supersticiones del paganismo. Oigamos lo que de Epicuro dice:

El valor extremado de su alma

Se irrita más y más con la codicia

De romper el primero los recintos

Y de Natura las ferradas puertas,

La fuerza vigorosa de su ingenio

Triunfa y se lanza más allá los muros

Inflamados del mundo, y con su mente

Corrió la inmensidad, pues victorioso

Nos dice cuáles cosas nacer pueden,

Cuáles no pueden, cómo cada cuerpo

Es limitado por su misma esencia:

Por lo que el fanatismo envilecido

A su voz es hallado con desprecio.

¡Nos iguala a los dioses la victoria!

Bien se ve que no es la física de Demócrito, tomada por Epicuro como

arma de combate contra la perniciosa influencia de la religión pagana en

las costumbres públicas y privadas, sino la victoria contra esta

influencia, el triunfo de ideas y sentimientos irreligiosos lo que a

juicio de Lucrecio iguala a los hombres con los dioses.

- IV -

Asunto capital del libro tercero del poema La Naturaleza es el gran

problema de la vida futura.

Lucrecio expone en él todos los argumentos de

los antiguos materialistas para demostrar que no hay más vida que la de

este mundo; que en ella encuentran los actos humanos premio o castigo, y

por tanto suprime y niega en absoluto el infierno, combatiendo el

instintivo temor a la muerte, que es, según dice, un bien, porque conduce

al eterno reposo, a la perfecta tranquilidad, y nos libra de las

penalidades de este mundo.

La fe y el entusiasmo con que predican los

espiritualistas la esperanza en una vida futura, vida que para el justo es

de perpetua dicha, la emplea Lucrecio, en sostener que siendo el alma

material como el cuerpo, con él perece, y que el destino del hombre se

cumple en la tierra.

Téngase en cuenta, para juzgar este famoso libro tercero, arsenal de

donde sacaron sus argumentos los materialistas del siglo XVIII, cuáles

eran las ideas predominantes en la antigüedad acerca del alma y de la vida

futura.

Excepción hecha de las doctrinas de Pitágoras y de Platón, las

escuelas filosóficas y las religiones de la antigüedad proclamaban el

principio de la materialidad del alma, y a lo más concedían que fuese de

materia incorruptible. Lucrecio, pues, acepta una doctrina generalmente

admitida, y deduce de ella la consecuencia lógica de que el alma perece

con el cuerpo, y el ser humano se extingue en este mundo como todos los

demás seres, obedeciendo a la ley universal de la transformación de la

materia.

La idea de la vida futura en la antigüedad era vaga y confusa, y para

los filósofos romanos resultaba una especie de privilegio en favor de las

clases ilustradas. En éstas ningún crédito tenía el infierno del paganismo

pintado por los poetas de acuerdo con una religión interesada en mantener

las supersticiones populares, y Cicerón y Séneca censuran a los epicúreos

por perder el tiempo en combatir lo que nadie defendía.

Además, los cuadros de desolación y de miseria que para condenados y

justos ofrecía el paganismo en la vida futura, más bien eran causa de

terror que de esperanza en la divina justicia, y difícilmente podían

aceptarse como base de moral pública y privada. Los tipos fabulosos que

expían sus maldades en el Averno, no resultan víctimas de la justicia,

sino de la venganza de los dioses, vencidos en su intento de lucha contra

las divinidades. La especie de inmortalidad admitida por algunos filósofos

para los hombres célebres no llegaba al vulgo, privado de premio o castigo

en la vida futura, que para él era eterna y obscura noche de miserias y

sufrimientos. Así se comprende que Lucrecio estime esta vida futura causa

de espanto, y diga

Con toda violencia extirparemos

De raíz aquel miedo de Aqueronte

Que en su origen la humana vida turba.

La Naturaleza, pues, censura a los hombres el temor a la muerte en

los siguientes versos, que contienen toda la moral del libro tercero:

Si de repente, en fin, la voz alzara

Naturaleza, y estas reprensiones

A cualquier de nosotros dirigiera;

«¿Por qué ¡oh mortal! te desesperas tanto?

¿Por qué te das a llanto desmedido?

¿Por qué gimes y lloras tú la muerte?

Si la pasada vida te fue grata,

Si como en vaso agujereado y roto

No fueron derramados tus placeres,

E ingrata pereció tu vida entera,

¿Por qué no te retiras de la vida

Cual de la mesa el convidado, ahíto;

¡Oh necio! y tomas el seguro puerto

Con ánimo tranquilo? Si, al contrario,

Has dejado escapar todos los bienes

Que se te han ofrecido, y si la vida

Te sirve de disgusto, ¿por qué anhelas

Multiplicar los infelices días

Que en igual desplacer serán pasados?

¿Por qué no pones término a tus penas

Y a tu vida más bien? Pues yo no puedo

Inventar nuevos modos de deleite

Por más esfuerzos que haga: siempre ofrezco

Unos mismos placeres: si tu cuerpo

No se halla aún marchito con los años

Ni tus ajados miembros se consumen,

Verás, no obstante, los objetos mismos,

Aun cuando en tu vivir salgas triunfante

De los futuros siglos, y aunque nunca

A tu vida la muerte sujetare.»

¿Qué responder a la naturaleza,

Si no que es justo el pleito que nos pone

Y es clara la verdad de sus palabras?

Mas si sumido alguno en la miseria

Al pie de su sepulcro se lamenta,

¿No será su clamor mucho más justo

Y nos reprenderá con voz robusta?

«Vete de aquí, insensato, con tus llantos;

No me importunes más con tus quejidos»:

A este otro, empero, que los años rinden,

Que en sus últimos días aún se queja:

«¡Insaciable, dirá, tú, que has gozado

De todos los placeres de la vida,

Aún te arrastras en ella! Consumido

En los deseos del placer ausente,

Despreciaste el actual, y así tu vida,

Se deslizó imperfecta y disgustada,

Y sin pensarlo se paró la muerte

En tu misma cabeza, antes que lleno

Y satisfecho de la vida puedas

Retirarte: la hora es ya llegada:

Deja tú mis presentes; no son propios

De la edad tuya: deja resignado

Que gocen otros, como es ley forzosa.»

Con razón, a mi ver, reprendería,

Y con razón se lo echaría en cara,

Porque a la juventud el puesto cede

La vejez ahuyentada, y es preciso

Que unos seres con otros es reparen:

Ninguna cosa cae en el abismo

Ni en el Tártaro negro: es necesario

Que esta generación propague otra;

Muy pronto pasarán amontonados,

Y en pos de ti caminarán: los seres

Desaparecerán ahora existentes,

Como aquéllos que hubiesen precedido.

Siempre nacen los seres unos de otros,

Y a nadie en propiedad se da la vida;

El uso de ella es concede a todos.

Después de proclamar con tanta energía la ley de la renovación

universal en virtud de la cual la muerte es indispensable para crear

nuevos seres, Lucrecio procura borrar de la mente de sus conciudadanos la

idea de una segunda vida que, cual la presentaba el paganismo, más servía

de terror que de consuelo.

Para Lucrecio, los suplicios del infierno

pagano son representaciones simbólicas de las pasiones humanas que en este

mundo encuentran su castigo. Nuestras pasiones y nuestros vicios en ellas

mismas llevan la pena, y el infierno lo tenemos en nuestra propia

conciencia. Prescindiendo de las conclusiones del poeta contra la vida

futura, la idea de que el castigo es inseparable de la falta tiene un

profundo sentido moral, y de ella y del consejo para consolar a los

temerosos de la muerte, de que recuerden que ningún hombre, por grande que

haya sido, dejó de cumplir esta ley de la naturaleza, se han valido no

pocos insignes moralistas, que no pueden ser tachados de materialistas ni

de panteístas.

Para apartar de la imaginación el miedo a la muerte, y tan

entusiasmado con la esperanza de llegar a la nada, como a otros entusiasma

la idea de la inmortalidad, recomienda Lucrecio a los que temen el fin de

su vida el estudio de la naturaleza, que nos enseña de donde venimos y a

dónde vamos, produciendo en el ánimo el convencimiento del destino humano,

con el cual pueden y deben afrontarse serenamente las adversidades de esta

vida pasajera.

Ni el vulgo de los epicúreos, ni aun las personas distinguidas de la

secta, amaban con tanta vehemencia pensar a toda hora en las tristes

últimas consecuencias de la doctrina epicúrea; pero Lucrecio era un

sectario convencido, incapaz de retroceder ante ningún resultado, por

desolador que fuese.

- V -

Lejos de ser fatalista, afirma Lucrecio de un modo resuelto la

libertad humana, y en esta afirmación se fundan los principios de moral

que hallamos, no formando un cuerpo de doctrina, sino diseminados en el

poema.

Condena, pues, el desbordamiento de las pasiones, tan contrario a la

salud del cuerpo y tranquilidad del espíritu a que debe aspirar todo buen

epicúreo, y entre las que merecen su agria censura descuellan en primer

término la ambición y el amor.

Nada tan opuesto a la impasibilidad a que debe aspirar el sabio,

según Epicuro, como los impulsos de la ambición, la vida agitada de la

política, la lucha constante y desapoderada por arrebatar el poder público

a quien lo ejerce; por defenderlo, una vez conquistado. Lucrecio tenía a

la vista las sangrientas consecuencias de estas luchas, pues vivió en el

período más turbulento de la república romana, y sus anatemas contra los

ambiciosos tienen la viveza y la vehemencia que sólo puede inspirar a un

alma apasionada el horror del mal presente, el tristísimo espectáculo de

ver a la patria desgarrada por sus propios hijos. Como los estoicos más

severos condena Lucrecio el inmoderado deseo de riquezas, de honores, de

fama, que turba la paz de los hombres y de los pueblos.

La misma energía con que describe los estragos de la ambición la

emplea Lucrecio en pintar los del amor, como si al convencimiento del

filósofo uniera la triste experiencia del que ha sido víctima de ambas

pasiones.

«Lucrecio, dice Mr. Martha en su libro antes citado, nos presenta las

miserias y vergüenzas del amor en corto número de versos que condensan

cuanto sobre este asunto han podido decir, como tristemente cierto, los

moralistas antiguos y modernos. Me atrevo a asegurar que en ninguna

literatura se encontrará un cuadro que en su breve y enérgica sencillez

sea más perfecto, de un sentimiento más intenso y de frases más profundas

y trascendentales. Para comprenderlo bien es preciso figurarse cuáles eran

los sentimientos antiguos y romanos; el desdén a la mujer, el desprecio a

cuanto llamamos galantería, la indignación cívica contra el lujo y las

modas extranjeras griegas u orientales, el respeto a la fortuna paterna,

que no se debía malgastar en locuras, y a la dignidad del ciudadano, quien

debía dedicarse a viriles ocupaciones; todos estos sentimientos los

expresan en rápidas y enérgicas frases los siguientes versos»:

Agrega a los tormentos que padecen

Sus fuerzas agotadas y perdidas,

Una vida pasada en servidumbre,

La hacienda destruida, muchas deudas,

Abandonadas las obligaciones,

Y vacilante la opinión perdida:

Perfumes y calzado primoroso

De Scion que sus plantas hermosea;

Y en el oro se engastan esmeraldas

Mayores y de verde más subido,

Y se usan en continuos ejercicios

De la Venus las telas exquisitas,

Que en su sudor se quedan empapadas;

Y el caudal bien ganado por sus padres

En cintas y en adornos es gastado:

Lo emplean otras veces en vestidos

De Malta y de Scio: le disipan

En menaje, en convites, en excesos,

En juegos, en perfumes, en coronas,

En las guirnaldas, pero inútilmente;

Porque en el manantial de los placeres

Una cierta amargura sobresalta,

Que molesta y angustia entonces mismo;

Bien porque acaso arguye la conciencia

De una vida holgazana y desidiosa

Pasada en ramerías; o bien sea

Que una palabra equívoca tirada

Por el objeto amado, como flecha,

Traspasa el corazón apasionado

Y toma en él fomento como fuego;

O bien celoso observa en sus miradas

Distracción hacia él mirando a otro,

O ve en su cara risa mofadora.

No censura Lucrecio los excesos de la pasión amorosa a nombre de la

virtud, sino por lo que perturban la tranquilidad del espíritu, y de aquí

que recomiende como remedio una prudente inconstancia.

Tampoco comprende e n sus anatemas el amor puro y constante,

el amor en el matrimonio, que

para el poeta es el origen del primer contrato social.

- VI -

El mérito de Lucrecio en la parte científica de su poema didáctico

consiste en haber sido uno de los primeros romanos que se ocuparon de la

ciencia en forma especulativa; pero en el fondo, todo el sistema físico

que expone es el de Epicuro, parafraseándolo para hacerlo más

comprensible.

No son menos notables los conocimientos fisiológicos que Lucrecio

demuestra en su poema, y también muy dignos de atención sus

presentimientos acerca de la formación del mundo, de los animales

antidiluvianos y de las especies que han desaparecido, enunciando la lucha

por la existencia, fundamento de la teoría de la selección natural de

Darwin.

La historia del universo y del hombre está expuesta en el quinto

libro del poema, entremezclada con los grandes problemas de la física, de

la religión y de la moral, que trata el autor con un atrevimiento y una

confianza en su acierto verdaderamente admirables. En la parte física

sigue con docilidad los preceptos de su maestro. Respecto a la primitiva

vida del hombre en el mundo y al principio de la civilización y de las

sociedades, sus ideas son más originales, si bien en cuanto a la

organización social, civil y política, a la aparición del poder público y

al origen de la propiedad, se limita a generalizar la primitiva historia

de Roma, aplicándola a la humanidad entera.

Domina en todo el poema La Naturaleza un sentimiento de tristeza que

nace de la índole de la filosofía epicúrea. La apatía, la indiferencia,

consideradas como base de una vida tranquila y feliz, apaga todas las

actividades del espíritu; y si a esto se añade la creencia de Lucrecio en

el próximo fin del mundo, compréndase, que estas ideas de desolación y

muerte, sin esperanza alguna en mejor vida futura, den un tinte sombrío a

la inspiración del gran poeta para quien el mundo, formado por casuales

contactos de átomos, y la humanidad víctima constante de sus pasiones,

están cercanos a desaparecer, confundidos en la ciega, continua y

tumultuosa agitación de los átomos.

De la naturaleza de las cosas : poema en seis cantos

de Tito Lucrecio Caro ; traducido por D. José Marchena

Ver tambien: La terapia del deseo. Teoría y práctica de la ética helenista.

De Martha C. Nussbaum. Edit. Paidós.

Forma de contactar con el organizador:

Carta a: Dr. J. L. Día Sahún..

“Seminario de Psicopatología descriptiva y fenomenología”

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